Camino por las tardes turbias del averno,
y en medio del invierno crudo y solitario,
aparecen imágenes de sonrisas rotas,
y ángeles entregados al olvido.
En el cielo las aves lanzan flechas,
a las lágrimas culpables del sabor de la
muerte,
que cada vez se hace más fuerte, en la
debilidad absoluta.
La noche me acorruca en su lecho,
me responde y me mata en silencio.
Las pupilas heridas se congelan,
dejando que la luz embriague su destino,
y por el río de niebla mi alegría
envejecida divaga,
temblando en cada paso,
y sosteniendo una débil égida.
La sutil felonía del amor,
golpea como relámpagos verdes,
a latidos confundidos,
y profundos besos leves.
Lloran los recuerdos molestos,
gritan las rosas perdidas,
he amado y no me arrepiento,
con pasión a todas las princesas mías,
que expoliaron mi aliento,
y con un beso callaron mis días.
Y vuelve, incesante, de nuevo, otra
vez...
La fragilidad infinita,
lacera como las olas del mar,
una débil ilusión y piedras,
convirtiéndolas en arena.
Soy feliz pero no siento felicidad,
¿llorar? paso el día cuestionando su
significado,
aferrándome a la adicción más vil que he
hilado,
con hilo de remordimiento, rencor, dolor,
odio
violencia, brutalidad par tratar de tejer
un corazón deforme...
que yo no sé que al final me regalará
otra sonrisa.
Hay tantas formas de morir, y creo
conocerlas todas,
y tan solo una de vivir y no puedo
saberlo hasta ahora.
El amor toma de mi mano, y la presiona
tiernamente,
la muerte, no me mira, no me habla, no me
toca
solo está a mi lado...
Y vuelve, incesante, de nuevo, otra
vez...
Camino por las tardes turbias del averno
y
la muerte de rodillas me espera con los
brazos abiertos
Y empiezo a sonreír,
pues es lo único bello de la vida,
y de lo que no lo es.
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